Ahora que empieza otro año, me gustaría hacer una aproximación distina a la figura del abogado de accidentes de tráfico, una aproximación vista desde la óptica del profesional y no del cliente. Soy consciente que hay algunas profesiones que por alguna razón son percibidas como fáciles de desempeñar, y esa percepción acaba comportando que el cliente se permita ejercer las mismas sin la debida cualificación. Por ejemplo, no me imagino a un particular irrumpiendo en un laboratorio químico para indicarle al primer científico que pille los elementos y proporciones exactas que haya de llevar una determinada fórmula. En cambio, forma parte de nuestro día a día que un determinado porcentaje de nuestros clientes nos digan qué gestiones hemos de hacer para reclamar su indemnización.
Como digo, no todos los clientes se comportan así, ni siquiera la mayoría, y no quiero decir con lo que estoy diciendo que el accidentado no deba informarse sobre sus derechos (y esta página web creo que acredita fehacientemente lo que digo). Lo que quiero transmitir es que de nada sirve contratar al mejor abogado de accidentes de tráfico de Tenerife (o de la localidad que sea) si hacemos prevalecer nuestro criterio sobre el suyo y nos empeñamos en que la reclamación se realice a nuestra manera. Hay algunos clientes respecto de los cuales uno tiene la percepción que acuden a un abogado porque intuyen que la ley lo exige, pero no porque crean necesitarlo.
Este tipo de clientes son capaces -y esto no me lo estoy inventando- de echar por tierra una transacción ya apalabrada de 12.000 euros porque han leído en no sé qué foro que puede reclamarse también la gasolina que utilizó su pareja para llevarlo un par de veces a rehabilitación. Sólo cuando comprenden que por pedir 30 euros de más han perdido buena parte de lo inicialmente reclamado es cuando dan en agachar la cabeza y preguntar al abogado de accidentes que han contratado sobre qué estrategia debiera seguirse para tratar de subsanar el desastre que ellos mismos han propiciado.
Eso por no hablar de los “clientes dobles”, que al más puro reflejo de los agentes secretos simulan hacer caso a su abogado y seguir sus directrices, para acto seguido personarse en las oficinas de la aseguradora contraria para tratar de resolver por su cuenta y sin intermediarios la reclamación.
Por cosas como la expuesta -y muchas, muchas más- me permito darles un consejo: si consideran que el abogado de accidentes de tráfico que han contratado no les inspira confianza, cambien de abogado. Pero desde luego la peor idea que pueden tener es intentar suplirle o hacer lo contrario que éste les indique. Piensen que por muy malo que sea el abogado, aún y todo es muy probable que sepa más que ustedes de este asunto.
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